Sólo siguiendo el ritmo de las nubes llegarás a alguna parte

sábado, 29 de octubre de 2011

Yo también intenté escupir odio, venganza, pero sólo dije palabras que no sentía y que solamente me hacían daño a mí

En realidad, tengo un poco de miedo. Porque he oído mil veces eso de que por mucho que uno se esfuerce, por muchas ganas que le ponga, nunca se vuelve a sentir lo mismo. Y yo tengo demasiado cerca, todavía demasiado dentro un sentimiento que poco a poco se está desvaneciendo, pero todavía está demasiado presente en mí como para no asustarme la posibilidad de no volver a sentir nunca algo parecido. Algo parecido implica algo mejor, implica no sentirme nunca como lo hacía antes y entonces me pregunto ¿qué estoy haciendo con mi vida? ¿Qué estoy haciendo intentando arreglar las cosas si no voy a sentir jamás lo mismo?
Supongo que tengo la esperanza de que todo vuelva a ser como antes, de tener ese maldito sentimiento que hacía que mi corazón acelerara... Pero es una locura, nadie puede ir a 200 km/h y que no le pase nada, nadie puede coger la vida como si fuera una última carrera, el sprint final y no llegar agotado a la meta. Te desgastas, dejas parte de tu potencial por el camino y pierdes todas las fuerzas. Me parece que eso es querer a alguien: ir a correr a la pista de atletismo y ver como todos van llegando, se sientan, beben agua y se relajan... Cuando llega el momento, cuando están más tranquilos, se levantan y siguen, se van a hacer lo que tienen que hacer; pero reconozcámoslo, correr hasta perder el sentido, dando todo lo que puedes para ser más rápido, agota, y no sólo por un día, no llegas a casa, duermes 7 horas y te levantas como nuevo. Para recuperarse hace falta tiempo, hace falta tomárselo con calma y sobre todo, no correr mientras tanto.
En realidad, correr es dejar atrás las puertas cerradas, lanzarte sobre ellas y estallarlas, saltar tan alto como puedas imaginar, mirar a lo lejos y ver todo lo que has recorrido... es dejar los miedos atrás. Esos miedos que nacen de la inexperiencia, o de la experiencia ajena. Esos que no nos dejan experimentar nuestros propios errores, que hacen que ya vayamos prevenidos y con miedo, que pisemos dos veces para asegurarnos de que el suelo es firme y que nos pellizquemos para comprobar que no estamos soñando. Esos miedos que nos llenan, nos inundan y a veces, incluso hablan por nuestra boca y nos dominan.

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